Solo se puede evaluar
lo que se muestra
Para llevar adelante un proceso
de evaluación se plantean, en primera instancia, los objetivos de dicha
actividad. ¿Qué se quiere evaluar? ¿Cuál es el objeto de ese proceso que
conlleva una interacción entre el docente y el estudiante? Este último punto no
se puede soslayar nunca, el estudiante es una persona en situación de aprendizaje.
Esta interacción requiere que el
docente plantee una consigna o instrucción a fin de que los estudiantes se movilicen
mostrando sus habilidades. No se evalúan ideas o conocimientos, sino la manifestación
o la conducta que los educandos llevan adelante en coherencia con lo aprendido.
No en pocas oportunidades se
comete la falacia de mostrar resultados evaluativos que se ufanan de medir los
aprendizajes de manera casi “telepática”. Los juicios de valor sobre el rendimiento
sólo son factibles y veraces en la
medida en que el estudiante ponga en juego sus habilidades cognitivas y motoras
y en que el docente pueda tomar cuenta profesionalmente de sus progresos efectivos.
En este sentido la instrucción,
correctamente redactada, efectiviza la motivación estudiantil y permite al observador
desarrollar estrategias para promover la interiorización de un saber y el
autoconocimiento de ambos sobre el estado del proceso de aprendizaje.