lunes, 26 de febrero de 2018

De la Evaluación Escolar (I)


La Evaluación escolar: abismo entre la teoría y la práctica pedagógica

Uno de los temas pedagógicos más intrincados y menos abordados de manera práctica es la evaluación escolar. Intrincado, quizás, por esa resistencia o imposibilidad del ser humano en soslayar la subjetividad en la valoración de los resultados académicos de los estudiantes, pero, sobre todo por ese temor de los docentes, sólo ocasionalmente confesado, a perder poder en el encuentro educativo. Sobre el poder y su uso y abuso, me referiré más adelante.
Lo cierto es que el uso de las herramientas de evaluación constituye muchas veces la cima de un proceso que parece culminar en ese preciso momento sellado con un número (nota). Todos, docentes,familias y estudiantes, aun inconscientemente,  se preparan para el examen (la prueba) que se constituye como la cumbre y meta de varias semanas o meses de preparación. Podríamos reflexionar en  otro momento por qué se lo llama vulgarmente “prueba”. Tal vez porque se pretende “probar”  si los estudiantes son capaces de repetir lo que se les ha transmitido generosamente. Si lo logran, frecuentemente se afirma que han alcanzado los objetivos, expectativas…
No hay peor reduccionismo perverso que aquel que suele conformar  al enseñante mediante el cumplimiento de profecías autocumplidas. Y no existe en pedagogía un campo donde se dé con más frecuencia esto que en el de la evaluación.
A. Bolivar (2005:5) define a la evaluación como “una actividad sistemática integrada en el proceso formativo cuya finalidad es el mejoramiento del mismo  mediante un conocimiento, lo más exacto posible, del alumnado en todos los aspectos de su personalidad y un a información ajustada sobre el proceso formativo y sobre factores personales y ambientales que en este inciden”. Mirada social de la evaluación y, a todas luces, contemplativa de la evaluación como proceso coadyuvante de los procesos de subjetivación.
No se puede negar que la evaluación es un elemento consustancial al proceso de enseñanza aprendizaje, es decir: el encuentro formativo entre seres humanos que se relacionan a través del conocimiento. En este último sentido la evaluación es comunicación: dos roles que se interconectan en el marco de normas institucionalizadas y emanadas  de la cultura.
En los propósitos de la evaluación se aprecian las grietas más evidentes. Los distintos roles del encuentro educativo suelen perseguir metas distintas. Esta paradoja conceptual redunda en una infértil esgrima pedagógica entre estudiantes, padres, docentes y directivos y teóricos de la educación.  Y, como la experiencia dicta, cuando varios tienen diferentes propósitos para un mismo proceso, nadie tiene la verdad absoluta y se termina diluyendo, en este caso, la eficiencia del encuentro formativo.
Las teorías acuerdan, en general, que la función esencial de la evaluación es la formativa. Y que no debe ser espasmódica y cronológicamente puntual; aunque en los dichos se resalta sus características propias de  proceso como la asiduidad y la planificación. Pero en la práctica…
Otro de los abismos a salvar surge entre la orilla de los atributos cualificables y la de los cuantificables. No hay puente. Suelen disponerse con escasa planificación algunas soluciones espontáneas que terminan en reduccionismos.  Las propuestas teóricas hacen agua en la práctica por falta de tiempo, de oportunidad, o en el peor de los casos por falta de profesionalidad.
Las capacitaciones sobre la evaluación escolar son dictadas por teóricos y no calan muy hondo en la actividad profesional; se quedan en el epitelio de las frases geniales y el de las experiencias utópicas. Serán eficaces cuando aprehendan las experiencias propias de los capacitandos.