EL PAQUETE
Obra breve en siete escenas y un
paquete
Personajes:
Camila
Federico
Flora
Margarita
Radovan
Aurelia
Escribano
La escenografía muestra una especie de living o sala de espera. Dos
sillones de dos plazas a ambos lados y una pequeña mesa en el centro. Sobre la
mesa, durante casi toda la obra, habrá un paquete de tamaño mediano envuelto en papel
madera y atado con una cinta roja.
Entra el escribano, hombre de
mediana edad, viste traje, lleva varias carpetas en una mano y debajo del
brazo; en la otra mano un paquete mediano envuelto en papel madera y atado con
una cinta roja. Se para en medio de la sala y comienza a ojear algunas de las
carpetas. Para liberar su mano deja el paquete sobre la mesa del centro y grita
hacia el foro:
Escribano: - ¡Ester! ¡Ester! ¿Dónde está la carpeta con la copia del expediente de los Reuteman?
Luego, se retira con las
carpetas olvidando el paquete sobre la mesa.
(Breve apagón)
Escena I
Camila y Federico han sido
pareja durante 4 años y después de 3 años de separación se encuentran
nuevamente para vender la casa que poseen en común. Camila (35 años) viste ropa
de gimnasia y se muestra dinámica e histriónica. Federico es dos años mayor,
oficinista, viste traje común un poco desaliñado. Federico está sentado en un
sillón y Camila camina nerviosamente por el salón.
C: - Al final resultaste una porquería.
F: - Un espejo. ¿No seré un espejo donde te mirás?
C: - Un pobre tipo.
F: - Yo también te quiero (irónico)
C: - ¡Y encima me boludeás!
F: - Mirá, lo que te hace falta a vos es que te digan de una vez las
cosas de frente. Sos una controladora, una manipuladora, y encima tenés
complejo de salvadora. Ante el mundo aparecés como la que quiere siempre
arreglar todo. Pero yo te conozco. Sos una psicópata.
C: - Ah, ahora yo soy la controladora. ¿Te olvidas por qué te fuiste?
¿Te faltaba romanticismo?
F: - Bueno, bueno, no me tires de la lengua. Si un clavo oxidado es
más romántico que vos. Al principio me mostraste otra cosa.
C: - Ahora recuerdo, el señor decía que le faltaban el respeto.
F: - ¿Desde cuándo es un delito pedir respeto? Pero claro, si yo soy
un cero a la izquierda a vos te conviene. Necesitás algo para controlar.
C: - Yo quería hijos. Vos no. Ahora tenés dos con ésa.
F: - ¡Afloja! Se dio así. Es la vida…
C: - Uh, la vida, la vida… ¿Por qué será que todos los cagones le
echan siempre la culpa a la vida?
F: - Pensá lo que quieras. En esa época no tenía sentido pensar en los
hijos. La situación… (Se queda como
extasiado con la mirada perdida)
C: - ¿Una no tiene derecho a esperar algo aunque no tenga sentido?
¿Aunque sea una vez? ¡Eh! ¿Me escuchas? (pasa
la palma de su mano delante de los ojos de Federico) Acá estoy.
F: - Me quedé pensando.
C: - ¿Vos pensando? No me hagas reír. (Ríe con sarcasmo)
F: -Vi un documental el otro día. Estaban limpiando un pájaro que
estaba cubierto de petróleo. Ves, ahora que lo pienso, yo era como ese pájaro
empetrolado, condenado a arrastrarme para siempre hasta morir. En vez de eso
elegí sacarme de encima el barro tóxico y volar. La sensación es magnífica. Te
la recomiendo. ¿Por qué no te desintoxicas de una vez de tus rencores y mirás
para adelante?
C: - Ya salís con frases de terapeuta, Te lavaron la cabeza en el
diván. Vivís en una nube de pedos.
F: - (irónico) Siempre tan metafórica vos. (Pausa) Pero contame, como te va con la vida.
C: - La vida y yo estamos peleados irreconciliadamente. ¡Y dale con la
vida! No es la vida, a ver si te entra en la cabeza de una vez. Somos nosotros,
no la vida. (Con tono burlón)
Nosotros decidimos qué nos pasa y cómo nos pasa.
F: - A veces no se puede elegir. Hacés lo mejor que podés pero la vid…
bueno, el mundo te lleva por delante. Somos como esos insectos que quedan
pegados al radiador. (Ella lo mira
confusa) Ah, cierto que vos no manejas.
C: - Decime, si no hubiera sido por la venta de la casa vos no venías.
¿No?
F: - No sé. Igual tenía curiosidad. Saber cómo estabas. Qué hacías.
C: - (Con fastidio camina
mirando su reloj) ¿A qué hora dijiste que llega el escribano?
F: - Ya que tenemos que esperar. ¿Por qué no jugamos a las cinco
preguntas? Te acordás de los días de lluvia?
C: - ¡Para juegos estamos!
F: - Dale. ¿Qué te cuesta? Bueno, arranco yo. A ver… ¿cuál es el
recuerdo más lindo que tenés de nosotros?
C: - No sé, me cuesta encontrar uno. Ya te dije que no estoy para
juegos.
F: - Lo que pasa es lo que pasó siempre. Tenés miedo de lo que no
podes manejar. Dale, corre un riesgo para variar.
C: - Vos también tenés miedo. Nunca pudiste manejar la soledad. Por
eso corriste enseguida a buscar un refugio por ahí, entre las dos piernas que
se te abrieron primero.
F: - Puede ser. Supongo que tenés razón. Necesitaba abrazos. ¿Cuándo
fue la última vez que nos abrazamos? (pausa)
No sabés cómo necesitaba un abrazo tuyo. Pero espontáneo, así, sin razón, sin
excusa, sólo un abrazo de esos que te dejan sin aliento.
C: - Siempre pensé que no te gustaba. ¿Por qué no me dijiste? A lo
mejor…
F: - Te toca a vos.
C: - ¿Qué?
F: - La pregunta. El juego, dale.
C: - (mira el paquete que esta
sobre la mesa) ¡Me trajiste un regalo! ¿Es para mí?
(Apagón)
Escena II
Flora y Margarita son dos
hermanas sexagenarias que esperan ansiosas que un profesional les haga conocer
el testamento de su padre recientemente fallecido. Flora viste elegantemente
denotando un buen pasar económico, es algo neurótica, poco inteligente y habla
afectadamente para mostrar su alto status social. Margarita viste de manera
modesta, es sensible pero más suspicaz.
Están sentadas en ambos extremos
del sillón y se acaban de encontrar después de mucho tiempo.
F: - Hace… ¿Cuánto hace? ¿Cómo diez años?
M: - nueve años y tres meses.
F: - ¡Increíble! Cómo pasa el tiempo. Estás igual.
M: - No puedo decir lo mismo de vos. (Pausa, Flora la mira ofuscada) ¡Para bien! (Margarita pasa la mano sobre el pelo de Flora y esta reacciona
apartándola) ¿Qué color es este? ¡Hermoso! Te hace más joven.
F: - Gracias. No debe ser para tanto. El tiempo es cruel, Marga. Mi
analista me lo dice siempre.
M: - ¿Qué te dice?
F: - Eso, “el tiempo es cruel, Flora, el tiempo es cruel”
M: - Simpático tu analista.
F: - Y…si. Es un ser de luz, un ángel. Gracias a él superé la
depresión. Viste que quede viuda.
M: - Pero ya hace como quince años.
F: - Ah, sí. Pero el Romualdo era insustituible. ¿Viste? Romántico,
servicial, sobre todo servicial.
M: - (murmurando) Si ya lo creo, te servía seguido yegua.
F: - ¿Cómo?
M: - Digo que lo debes extrañar mucho.
F: - Bueno, no tanto. Ahora estoy con Héctor.
M: - ¿No será Héctor el plomero?
F: - Efectivamente mi querida.
M: - Pero tiene como veinte años menos que vos...
F: - Ah...Pero es un amor. Y tan fuerte. Viste que los plomeros son
así, medios rudos, hasta brutos. Pero Héctor no, es muy dulce. ¡Y es tan
servicial!
M: - Mirá vos el Héctor. ¿Y tiene algún problema de vista?
F: - ¿Por qué lo decis?
M: - No, por nada. Entonces, el Héctor te sacó de la depresión.
F: - No, no. Ese fue el analista. El siempre me decía.
M: - ¿Qué te decía?
F: - Me decía: “Flora, tenés que salir de la depresión” Y tenía razón.
Ah, y tenía una frase: “Flora, un clavo saca otro clavo” me decía. ¿Ves? Eso yo
nunca lo entendí... Pensé: se debe referir a un carpintero., por los
clavos. Pero bueno, el destino quiso que
cambiara de rubro. (Ríe) Héctor no anda
con clavos. Ah, no, él es hombre de sopapa.
Pero contame, ¿vos seguís solterita?
M: - Mejor sola… (Pausa) Sí solita y sin compromiso.
F: - Ay, querida. A vos se te escapó el tren hace rato. Porque a tu edad ya no sé si…
M: - Si vos me llevas dos años. Y te dije que mejor sola. Además tengo
a Catalina.
F: - ¡Te hiciste lesbiana!
M: - No.
F: - A tu edad, ¿te parece cambiar así? ¿Cómo se te dio?
M: - Te digo que no. Catalina es mi perrita. Somos inseparables. Hoy
no la pude traer porque viste que en estos lugares…
F: - (observa el paquete que esta sobre la mesa del centro) ¿Y este
paquete? ¿Es tuyo?
M: - No, ni idea. Debe ser del abogado o de la secretaria.
F: - ¿No serán los papales de la herencia que mandaron de la estancia?
Seguro que son. ¿Y si lo abrimos?
(Apagón)
Escena III
Radovan es un profesor de 70
años, usa anteojos de marco grueso y barba; habla con dificultad el castellano
y con acento europeo; se mueve ayudado por un bastón. Es el padre de uno de los
socios del estudio. Está esperando desde hace mucho tiempo que su sobrina le
traiga unos libros muy valiosos
Aurelia es una mujer de 38 años,
abogada, viste ropa formal con una cartera de donde se asoman algunas carpetas;
espera para ser entrevistada por una vacante en el estudio de abogados.
Aurelia está sentada en uno de
los sillones. Se la nota muy nerviosa, mira su reloj reiteradamente. Entra
Radovan gritando, lo que sobresalta a Aurelia.
R: - No, no, no. Ustedes no entienden nada. ¡Svi su ludi! Los jóvenes
han perdido todos los valores. To su banditi. Ne zanima ih sve. (La ve a Aurelia y se sorprende) Buen
día, jovencita. (Se sienta en el otro
extremo del sillón)
A: - Buen día.
(Pausa, ambos miran alrededor
evitando la mirada del otro y como eludiendo la conversación)
R: - (detiene su mirada en
Aurelia, la mira fijamente incomodándola, limpia sus anteojos y la vuelve a
mirar) Tu debes ser Analía. ¿No es así?
A: - No. (Nerviosa mueve sus
piernas incesantemente)
R: - Si. No hay duda. Eres Analía. (La
sigue mirando detenidamente)
A: - No, no. Aurelia me llamo. Aurelia Schnitzler.
R: - Schnitzler. Schnitzler. No me suena. Pero no hay duda que eres
Analía.
A: - (un poco ofuscada) ¡Aurelia me llamo! Au-re-lia.
R: - (Señala el paquete que está
en la mesa del centro) Veo que me has traído lo que te he solicitado.
Gracias Analía. Muchas gracias.
A: - (desconcertada) No, yo
no…
R: - Desde ya te lo agradezco. No sabes lo que significan para mí.
¡Cómo los extrañaba! Supongo que están en perfectas condiciones. ¿No es así?
A: - Si, no sé, supongo. (Mira hacia
todos lados intentando desentenderse de la conversación)
R: - Cuando te mandé la carta para que vinieras y los trajeras…Te voy
a ser sincero, no tenía muchas esperanzas. Pero aquí estas y todas mis dudas ya
se han disipado. (Sonríe satisfecho)
A: - Mire, no sé quién es usted. Yo vine por la entrevista. Por el
puesto de secretaria. ¿Usted trabaja en el estudio?
R: - ¡Que placentera sorpresa que hayas podido venir! Que linda Analía
(La mira detenidamente otra vez) Casi
ni te reconozco. Estas bastante cambiada. Pero estas aquí. (Quiere tomarla de las manos y ella las aparta) ¿Te ha dado mucho
trabajo encontrarlos entre las cosas de tu madre? Yo se los había pedido hace
años. Luego ella…bueno, seguro nos está mirando en este momento y estará
satisfecha.
A: - Usted está muy confundido. Yo vine por la entrevista. Mi madre me
está esperando en casa y no sé qué es lo que se supone que debería haberle
traído. (Pausa, Aurelia mira su reloj nuevamente) ¿No sabe si tardarán mucho en
hacerme pasar? Le confieso que no estaba así de nerviosa desde que rendí mi
última materia.
R: - (se levanta, va hasta el paquete, lo acaricia) ¿Lo has armado tu?
Si parece un regalo. (Piensa) ¡Cuánto hace que no recibo un regalo!
A: - (perdiendo la compostura) Ya le dije, ¡no se de que me está
hablando!
R: - Supongo que no ha de ser sencillo para ti. Lo entiendo. Tener que
buscarlos entre las cosas que te recuerdan a la muerte. Más para ti que pareces
estar llena de vida. Te miro y no lo puedo creer. Cómo has crecido, como has
cambiado. Pareces otra.
A: - Evidentemente soy otra.
(Con ironía)
R: - Y por eso te lo agradezco tanto. Sobre todo que hayas tenido
compasión de este viejo. (Se levanta
entusiasmado) Ahora debo hallar un lugar seguro para guardarlos. Son muy
valiosos para mí y seguramente lo serán algún día para el mundo. (Acaricia nuevamente el paquete) ¡Pero
que lindo paquete has hecho!
(Apagón)
Escena IV
Federico está parado apoyado en
el respaldo de uno de los sillones y Camila sentada. Federico se ha quitado el
saco, tiene la corbata a un lado.
F: - ¿La verdad? La verdad ya la conoces. Sólo te hace falta valor
para aceptarla.
C: - Pero, ¿cuál es la verdad? ¿La tuya? Te recuerdo que pocas veces
me dijiste la verdad. Por ejemplo lo que pensabas de mí realmente. ¿Por qué no hablamos
antes? ¿Por qué no nos dijimos esto
cuando todavía había amor? Habría sido más fácil.
F: - No sé, yo no sé. Y vos, ¿por qué no me dijiste lo que te
molestaba? Preferías callarte, cambiar de tema, volver a lo cotidiano. Nunca
había tiempo para hablar de las cosas importantes, que se yo, de los sueños,
los proyectos. Andabas de curso en curso, que el gimnasio, que tus clases, tu
trabajo…
C: - Bueno, pero vos tampoco estabas. Todavía no entiendo por qué
decíamos que estábamos juntos. ¿Te acordás, cuando nos preguntaban? Los
momentos compartidos eran migajas. Y después estaban las discusiones. Los
pequeños ratos siempre terminaban en discusiones. ¿O no te acordás?
F: - Si. Me acuerdo. Discutíamos casi todos los días. En ese momento
me parecía horrible (pausa) Pero si
me preguntas ahora, te diría que esos fueron los días más felices de mi vida.
C: - (lo mira confundida) No
me digas que no estás bien ahora. Se te ve
bien. (Lo mira detenidamente y Federico
agacha la cabeza, agobiado) Mirá no me hagas el cuento otra vez.
F: - (melancólico) No es
cuento, Cami. ¿Qué te decía yo siempre? Cuando estoy con vos “aparece la mejor
versión de mi” (el texto entre comillas
lo dicen ambos al unísono)
C: - Si, me lo decías. Pero te fuiste igual.
F: - Me echaste. ¿Te olvidas?
C: - Pero me la hiciste muy fácil. Ninguna resistencia. Te fuiste así
nomás. Sin decir nada.
F: - Camila, ¡me echaste! (levanta la voz y la increpa)
C: - Pero vos no hiciste nada. Ese día sólo me miraste y te fuiste. Me
acuerdo bien. Al menos me hubieras dicho algo, qué sentías. Cómo si hubieras estado esperando que yo le
ponga el fin a todo. No te hiciste cargo ni siquiera de eso.
F: - ¿De qué?
C: - De eso, de la separación.
F: - ¿Por qué me tengo que hacer cargo de lo que no quería? Ese día yo
pensé que era una discusión más, producto del aburrimiento o del cansancio.
Nunca esperé que me gritaras así y que me echaras.
C: - Nada cambió parece. Cómo te gusta ponerte en el papel de víctima.
En todo caso somos los dos víctimas de nuestros propios errores. No hay que
culpar a nadie más. Hay que aceptarlo. Tendrías que aceptarlo. ¿Cómo se te
ocurre ahora traerme un regalo? (Señala el paquete que está sobre la mesa
central)
F: - Yo, no. No sé. Pero si lo hubiera traído, ¿cuál es el problema?
Si yo te quiero. Con diferencias y discusiones, igual te quiero. Mira, si
pudiera volver el tiempo atrás y aún sabiendo lo que iba a pasar después, te
hubiera elegido otra vez.
C: - (irónica) ¡Volvemos a las frases hechas que no dicen nada!
F: - No Cami, de verdad. Cuando te vi esa vez… (Se va acercando a Camila hasta poner su cara frente a la de ella)
Hoy estoy seguro que habría sido imposible apartarme de esos ojos tuyos. Lo recuerdo como si hubiera sucedido hace un
minuto. Y encima, después, para rematarla, apareció tu sonrisa. El mundo
desapareció, te juro. (Se aparta de
Camila y le da la espalda) Ese recuerdo me mantuvo vivo todos estos años.
Pueden ser frases hechas. No me importa.
C: - Ya es tarde Federico, ya pasó. Soltalo. Ya fue.
F: - Si, ya sé, ya sé. Soy un pelotudo. Pero tenía que sacarme esto de
encima. Decírtelo. Me estaba ahogando. Prefiero ahogarme en tristeza.
C: - Cuando te vayas, llevate el regalo. Dejemos las cosas así.
(Apagón)
Escena V
Flora y Margarita están fundidas
en un abrazo. Margarita está llorando.
F: - Bueno, bueno (aparta a
Margarita) Ya, ya. (Se alisa el
vestido) Mirá, me arrugaste el vestido. (Pasa
su mano por su hombro con expresión de asco) Y me mojaste con tus lágrimas
de cocodrilo. No sabés lo que me costó este vestido.
M: _ No me puedo sacar de la cabeza la última imagen de papá. (Llorisqueando) Esa tarde me dijo: “Marga, ya pedí que me
trajeran todos los papeles de la estancia”. Como si hubiera sabido.
F: - ¿Cuántas hectáreas eran?
M: - ¿Qué?
F: - El campo. ¿Cuántas eran?
M: - No sé Flora, no sé. Vos siempre desubicada. Papa decía siempre
que eras más desubicada que inodoro en el pasillo. Me hacía reír.
F: - El viejo no me quería. ¿Te conté cuando me echó de la casa?
M: - Como cincuenta veces. Pero vos lo volvías loco con tus caprichos.
(La imita burlándose) “Papá quiero
esto, papá comprame aquello” La verdad eras insoportable. Bueno, (con ironía)¿eras?
F: - ¡Vos lo mataste!
M: - ¿Estás loca? ¿Qué decís?
F: - Digo que si lo hubieras cuidado mejor…
M: - ¡Ah, no! (muy ofuscada)
Lo llevé a vivir conmigo porque vos no “tenías lugar” (el texto entre comillas lo dice con ironía) Aparecías a verlo cada
muerte de obispo. ¡Y encima me reprochás que no lo cuidaba! Vos no tenés cara,
tenés una muralla de piedra debajo de la peluca.
F: - Bueno, no es para ponerse así. (Pausa) Además no uso peluca, es mi pelo. (Pausa) Me imagino que nos habrá dejado todo a nosotras. ¿No? Lo
único que faltaría es que aparezca un hermanito no reconocido y nos saque parte
de la herencia. No sería raro porque el viejo era recontrapicaflor. ¡No se le
escapaba una!
M:- Está muerto, Flora. ¡Esta muerto! Podrías tener un poco más de
respeto. ¡Sos increíble!
F: - Mirá, no me hagas hablar. Vos te olvidaste de todo. ¿No te
acordás como te manoseaba el viejo? ¿Y cuando cumpliste quince? Conmigo no se
atrevió nunca.
M: - ¡Basta! Basta. (Se sienta
abatida en el sillón)
F: - (mira el paquete y lo toma
y lo sacude suavemente) ¿Estará también el testamento acá? Viste que al
viejo le encantaba escribir todo. A lo mejor está acá. Espero que el abogado
llegue de una vez. ¡Ay! Estoy reansiosa.
Me mato si no nos dejó nada.
M: - No cambiaste vos. Nunca te gustó perder.
F: - ¿Te acordás cuando corríamos para ver quien se metía antes en la
cucha del perro? Siempre te ganaba, menos una vez.
M: - Como para olvidarme…cuando salí me estabas esperando con un
martillo. (Se toca la cabeza) Todavía
tengo el hueco.
F: - Tenemos que pensar que vamos a hacer con el campo. Me imaginó que lo vamos a vender. A mí me
vendría bien la plata. Con Héctor
estamos pensando en irnos a la Polinesia. ¿Conoces la Polinesia?
M: - (mirando al piso sacude la cabeza) No cambias nunca.
F: - ¿Te imaginas el Héctor y yo en la playa? El sol, las palmeras.
M: - Baja de la palmera, Flora. Héctor te va a largar apenas tenga la
plata.
F: - ¡Vos hablas de envidiosa! No tenés a nadie. ¡Ah! Sí, la perrita
Carolina.
M: - ¡Catalina!
F: - ¡No veo la hora que llegue el abogado y abra el paquete!
(Apagón)
Escena VI
Aurelia está sentada en un
extremo del sillón. Habla por su teléfono.
A: - No, mamá, no. Te digo que no. Fijate en el modular del living. Yo
no lo tengo. (Pausa) Bueno, bueno. Te dejo porque en cualquier
momento me llaman para la entrevista. Sí, bueno (con cara de fastidio) Si, si. (pausa)
Descansa un poco (pausa) Si, yo te llamo. Quedate tranquila.
Chau. Sí, sí, chau (pausa) Bueno, adiós, adiós.
Entra Radovan con una taza de
café en una mano, un diario en la otra y se sienta en el otro extremo del
sillón.
R: - (a Aurelia mostrando el café) ¿Quiere uno?
A: - No, gracias.
R: - ¿Con quien hablaba?
A: - ¿Y a usted que le…? (se
para bruscamente, intenta alejarse, pero se detiene) ¿Quién es usted?
¿Por qué me pregunta?
R: - Disculpe mi insolencia. No me presenté. (Se para y hace una reverencia) Me llamo Radovan Kasilari.
A: - Ah, usted es de acá, del estudio. ¿Qué es de Rubén Kasilari?
R: - (Despectivamente) ¡Pariente
lejano! (pausa) Es mi hijo. Pero que
el mundo se entere, no me hago responsable de lo que haga ese bandido.
A: - ¿Por qué lo dice? (interesada
vuelve a sentarse)
R: - Ah, Analía, ¡Usted es tan ingenua!
A: - ¡Aurelia! (hace un gesto
despectivo con la mano) No importa, Déjelo.(pausa) Pero, ¿por qué dice que Rubén
Kasilari es un bandido?
R: - Ah, no Analía, era un decir. Era un giro cariñoso.
A: - Ah... (Aliviada)
R: - (parándose y caminando con
dificultad) ¡Porque en realidad es un ladrón, un sinvergüenza, un mafioso,
engreído, maleducado, nezahvalni! Bueno,
para que molestarla a usted con estas divagaciones tan sutiles.
A: - ¿Sutiles? (sonríe nerviosa)
Considero que son acusaciones serias.
R: - No me haga caso, Analía. Este viejo esta caduco. (Vuelve a sentarse) No sabe lo que
dice. En mi país se dice “Iver ne pada
daleko od klade”. ¡Pero no siempre es cierto! (observando la cara de confusión de Aurelia) Oh, mi querida
perdona, que descortés. A ver, como se diría en español; “la astilla no cae
lejos del tronco”. Se supone que los hijos siguen enseñanzas de los padres.
Pero este hijo mío, no aprendió nada de mí.
Yo mal padre, mal maestro.
A: - (mirando su reloj) ¡Cuánto
que se tarda esto! ¿Habré visto bien el horario de la cita?
R: - ¿Usted tiene una cita? Y yo entreteniéndola con estos disparates.
Perdone Analía.
A: - Ya le dije, vengo por el puesto de secretaria.
R: - Ah, secretaria. Seguro que
ya la van a echar a Ester. Acá duran poco las secretarias.
A: - No entiendo. Me van a entrevistar para un puesto que ya está
ocupado,
R: - No, no tranquila Analía
A: - Aurelia.
R: - Tranquila. No me olvido que usted me trajo el paquete. No olvido.
Usted va a ser próxima secretaria. No dude. Igual, después de un tiempo va a
querer irse. Si es honesta, va a querer irse. (Se levanta y comienza a salir, se vuelve hacia Aurelia) Haga caso
de este viejo, tenga cuidado. Ah, y gracias por el paquete que me trajo, me
devolvió la esperanza. (Sale)
(Apagón)
Escena Final
Nuevamente entra el escribano
con las carpetas. Sólo una luz sobre él. Grita hacia el foro:
Escribano: - ¡Ester! ¡Ester! ¿No sabés que hice con el paquete que
traía? (Encuentra el paquete sobre la
mesa y se muestra aliviado) Ah… ¡Menos mal! Creí que se había perdido. Lo
único que me falta hoy es perder este paquete. (Deja las carpetas y comienza a abrir el paquete mientras todos los
demás personajes salen lentamente de las sombras y se acercan ansiosos para ver
que contiene el paquete. Tras un momento de tensión expectante, el escribano
saca del paquete una medialuna y comienza a comer. Se da cuenta de la presencia
de todos los personajes, se incomoda y señalándolos con el pedazo de medialuna
habla mientras mastica:
Escribano: - ¿Quieren una?
Apagón final