martes, 3 de septiembre de 2019


El descubrimiento (monólogo  perruno)
(Juan es albañil y está levantando una pared. Tiene como única compañía a una perrita a la que le habla.)
El lunes fueron cuatro, el martes seis y el miércoles sólo tres.  Hoy es jueves, ¿No? Voy por el metro noventa más o menos. ¿No llevará encadenado esto? Es muy alto. Una hilera más y a preguntar. Mejor. A no hacer cagada que no se consigue laburo todos los días.
Si,  vamos muy lento, sí ya sé.   Ya va a venir el capataz a levantarme en peso como todos los viernes. Pero, bueno, son cuarenta metros qué más quiere. Y encima hay que empalmar con los otros tapiales. Y las vigas, eso lleva tiempo, carajo. Y el fierro no va a alcanzar.
Hoy es jueves pichicha,  empezamos con el laburo a las seis, y sin  meter mucha bulla porque hay un vecino quejoso. Siempre hay uno, la puta madre. Te retrasa eso.  Vamos a lo nuestro.  A preparar la mezcla que se dice mortero dijo  el ingeniero. Que jodido  fue cavar el cimiento con todos esos cascotes y fierros enterrados. Seguro antes había un horno, se nota por la tierra colorada. Cuatro días con un cimiento, cimiento con “c”; si me viera don Cosme,  el que me enseñó el oficio. Pero Cosme ya no está, un infarto con neumonía o algo así, ya hace cuatro años. Ahora estamos solos pichicha. Y solo no es lo mismo, se pone jodido a veces,  sobre todo con los andamios. Subir y bajar para la mezcla, eh, el mortero. Y vos no ayudas mucho.
Me miras como con lástima, estarás pensando que estoy loco, ¿no? Pensarás, este loco habla con una perra. (Ríe) Seguro que vos esperas las migas de la galleta a la hora del mate. Sólo media horita dijo el capataz y a las diez de la mañana, luego pegarle derecho y sin parar hasta el mediodía, mirá que es corrido hasta las cinco. Pobre pichicha, si esperas el asadito de falda estas sonada.. Como para faldita con la malaria que hay; mate y galleta apenas. Y no voy a prender el fuego para mí sólo. Unas leñitas para la pava y listo. La pavita no da más, ni manija tiene; Bue, que tire hasta fin de mes.
El vecino hoy salió antes, así que le metemos  quilombo, nadie se va a quejar. Este cable que me prestaron para la mezcladora es una mierda, se corta a cada rato; se va a quemar el motor. Ahí sí que el capataz se chiva del todo.
A quién se le ocurre esta pared en el medio del campito, ¿para qué? Bueno, pero si pagan hay que meterle nomas. Y los del cuntry tienen plata, así que a meterle y a cerrar el pico. Pero una pared acá es al pedo. Bue, mientras paguen. Y para qué de dos metros cincuenta si siempre se hacen de dos metros. El que manda, manda. El Cosme decía siempre que donde manda capitán no manda albañil… y menos peón.
En la otra cuadra parecen que empiezan una obra, están bajando materiales.  ¿Tendrán agua por ahí? A lo mejor ya está el caño. . Hablando de agua, va a faltar. Sí, se viene algo porque esta mañana estaba el de la cooperativa poniendo el medidor de obra.  Vos clavado que dentro de un rato te vas a recorrer la calle hasta la nueva construcción. Seguro a curiosear.  A lo mejor ligas algo, porque acá... (Ríe) Ta bueno reírse a veces. Con algo hay que divertirse. Encima ya no se puede entrar en lo de Pedro, ni al bar, menos a la milonga. Fue culpa del Nicolás. Él había empezado, yo le decía, pará loco, pará que nos van a echar. Pero resordo el Nicolás. No sordo de la oreja, sordo de la cabeza ¿Qué se podía hacer? ¿Dejarse? Después se pierde el respeto.
Se van a precisar reglas más altas o habrá que levantar éstas que encima están oxidadas. No sé por qué no las limpian bien, carajo. Hay que sacarle el cemento viejo por lo menos. Hay que decirle al capataz pero no se sabe de qué humor vendrá el viernes. Mientras venga con la plata de la semana, todo bien.  Podrían pegarle una subida, ¿eh? Ya no alcanza. Habrá que dejar la cervecita del sábado. Y los maníes para la picada. Igual caen mal, después con gases toda la noche.
Hoy hace fío carajo. Mirá, se me pusieron duros los dedos. Ponete guantes dice siempre la Rosario. ¿Para qué? Si se rompen enseguida. Si no  los da el capataz…no se puede tirar la plata así. 
Estas inquieta, ya te queres ir a hacer la recorrida. Ah, se siente el olor, vas a ligar algún huesito en aquella obra. Claro, ni loca no vas a cambiar asado por migas de galletas. Es viva la tipa.
Vamos que llegamos a los dos metros. Se va a poner contento el capataz. A lo mejor me tira unos mangos más. Estaría bueno para comprarle a la Rosario esa blusa que vio en la tienda. Seguro que dice dejate de joder, primero pan para los chicos. O para la calesita esa de la plaza que aumento el boleto. Algo hay que darles, pobres pibes, ya que nosotros no  tuvimos dice la Rosario.
¿Todavía no te fuiste?  Cuando termine esta hilera me hago un mate y comemos alguna galleta. Hace frío mierda. ¿Vos no tenés fío? El pamperito sopla con todo. Menos mal que hay sol.  Mira que tirar la plata en esta pared. En el medio del campito.  Yo con estos cuarenta metros, la pieza que le hago a los pibes.  Si ya sé, estas pensando que hablo de más. Hay que soñar un poco, pichicha. Todavía eso es gratis.
(Subido al andamio mira hacia el otro lado de la pared y se queda en silencio por unos segundos)
Mirá vos, pichicha, recién me doy cuenta. Qué casualidad. Ahora que veo bien, las casas de aquel lado son  pobres, casi todas de chapa. Las de este lado son de material y teja. (Sorprendido por el descubrimiento, baja del andamio) Pichicha, antes que termine la pared, ¿vos te queres quedar de este lado? ¿Pichicha? Pichicha. (Pausa, la perra se ha ido) Ahora sí te quedaste solo Juancito. (Mira hacia el sol) Ya deben ser las cinco.
















miércoles, 28 de agosto de 2019


La ropa de los lunes
Dos hombres con sus fantasmas y un pasado peligroso cobran realidad en medio de un evento inesperado.

Personajes:
Eduardo: exitoso abogado de 35 años. Vive solo en el último piso del edificio. Viste a la moda.
Ignacio: portero del edificio de 60 años, canoso, viste overol de trabajo.

Sótano de un edificio. Hay canastos con ropa, pilas de revistas y diarios, cajas viejas, un lavarropas, enceres de limpieza, etc.  Se produce un terremoto. Hay pequeños desmoronamientos por lo que todo está cubierto con polvo. La escena aparece a oscuras, se sienten ruidos típicos de un sismo  y luego se va encendiendo una luz tenue casi amarilla. Dos hombres caídos en el piso y sucios de polvo. Una va levantándose poco a poco, dolorido con una herida reciente en la cabeza. Camina tambaleante y ve al otro hombre. Intenta reanimarlo y lo reconoce.

E: - ¡Ignacio! ¡Ignacio! Vamos… ¿estás bien? (Ignacio despierta y va adquiriendo movilidad lentamente)
I: - ¿He? ¡Doctor...! (Balbucea) ¿Qué pasó?
E: - Terremoto hombre. Un terremoto parece. ¿Cómo estás?  (Lo incorpora y lo sienta apoyándolo sobre una pila de ropa)
I: - Creo que bien. (Mira alrededor)  ¿Y el edificio? La señora Matilde del quinto... ¿Cómo estará? ¿Y don Roberto del tercero?
E: - (mira alrededor) Seguro mejor que nosotros. (Va hacia la puerta y trata de abrirla)  Se trabo la puerta…estamos jodidos. ¡Mierda!
I: - Se debe haber movido el marco.
E: - La rompemos con algo (busca algún objeto por el piso)
I: - No se gaste. Después de los robos se cambió la puerta por una reforzada.  La propaganda decía “inespungable ““Convierta su casa en una fortaleza” Bueno…ahí esta…la puerta ines…bueno eso. A lo mejor con un soplete…
E: - ¿Tenemos acá un soplete?
I: - No que yo sepa...
E: - Entonces…por qué no dejas de decir boludeces.
I: - Bueno, tranquilo…seguro los bomberos nos vienen a sacar.
E: - ¿A vos te parece que los bomberos van a buscar en el sótano a las tres de la mañana? (mira el teléfono) Encima no hay señal.  ¿Qué hacías acá a esta hora?
I: - Yo vivo acá en la planta baja. ¿Vio? Sentí ruidos y me dije: “Otra vez los chorros hijos de puta” Agarré el palo, yo tengo un palo de basebola que una vez me regalo un vecino ¿sabe? Agarré el palo y baje…y ahí fue cuando empezó el coso este… (Saca una petaca y bebe compulsivamente)
E: - El movimiento sísmico.
I: - ¡Eso! Y a usted lo salvó el sísmico, porque dormido como venia lo iba a confundir con un chorro y seguro ligaba algún palazo.
E: - ¿Me ibas a pegar sin preguntar?
I: - Siempre hay tiempo para preguntar después.
E: - ¿Y si yo era el loco del cuchillo que anda asustando a todo el barrio?
I: - ¿Qué?
E: - ¿No te enteraste? Pensé que los porteros se conocían todos los chismes…
I: - Y usted, ¿qué hace acá?
E: - ¡Insomnio! Una Mierda.  Y ya que no podía dormir me vine a lavar la ropa que tenia amontonada. Ahora que lo pienso, esto me pasa por hacerle caso a mi vieja. Siempre me decía que tenía que lavar todos los lunes.  Debería “atesorar” más la mugre.
I: - (pensativo) Mire lo que son las cosas… ¡Justo hoy me vengo a quedar encerrado!
E: - ¿Por qué justo hoy?
I: - Porque hoy me tocaba franco. (Bebe de la petaca)
(Sonidos de sirenas y gritos lejanos)
E: - No lo puedo creer…que tiempo perdido… (Va hasta la puerta, golpea y grita) ¡Con todo lo que tenía que hacer hoy!
I: - Bueno, bueno, tranquilo. En el noticiero dijeron que ahora la vida es más larga ¿Y usted que espera de la vida? Ya que tenemos que esperar…
E: - No sé… (Ofuscado por la pregunta) No sé, estar bien supongo Como todo el mundo. Tener lo necesario para una vida cómoda.
I: - ¿Y no se…? ¿Cómo se dice? ¿No se frustra a veces?
E: - Y si… a veces. Puede ser.
I: - Bueno. ¿Ve? Yo no me frustro nunca. (Eduardo lo mira con curiosidad) Como no espero nada…nunca me frustro. Lo que viene…que venga.  Me parece que la gente corre detrás de lo que quiere y cuando lo tiene ya no lo quiere. (Eduardo lo mira confundido) Veo que es muy complicado para usted. (Irónico).  Es como un círculo (dibuja un cuadrado en el aire con el índice)
E: - Eso es un cuadrado.
I: - Es usted (vuelve a dibujar el cuadrado en el aire)
E: - ¡Me parece que me estás ofendiendo!
I: - Problema suyo. (Ríe) Vamos no se enoje. Un chiste. Ya que tenemos que esperar… (Se escuchan ruidos a escombros que caen) (Silencio) (Ambos miran alrededor) Pensándolo bien…es un buen día para morir (Eduardo lo mira abatido) Lástima…
E: - ¿Lástima?
I: - Lástima que la última cara que voy a ver es la suya. (Ríe a carcajadas)
E: - ¿Otra vez?
I: - Sólo es un…
E: - Chiste...ya sé. ¿A vos te parece que es momento para hacer bromas? ¿No te importa nada?
I: - Toda mi vida me preocupé por todo y al final… ¡Mire donde estamos! (sonríe y bebe)
E: - No sé qué tipo de preocupaciones puede tener una persona como vos.
I: - ¡Ha! ¡Mostró la hilacha! Lo dice porque soy pobre.
E: - Bueno. No quería decir eso exactamente. Pero, ¿Qué sabés vos de estar compitiendo todos los días para poder mantenerte en un puesto? ¿O sobrevivir en un mercado tan salvaje? ¿O despertarte cada mañana tratando de adivinar quién te va a querer cagar?
I: - Usted cree que lo único que tengo son necesidades. (Piensa) Puede ser. Pero si necesito, estoy vivo. ¿No? Igual yo trato de no necesitar.
E: - Claro hacés la más fácil. Sos el perfecto conformista.
I: - Yo veo todos los días a la gente que entra y sale, sube y baja. Nadie saluda, ¿vio? Van apurados.  Con cara de mierda, ¿sabe? Mire lo que le voy a decir…muchas veces quise pararlos y preguntarles  ¿A dónde va? Bah. Una vez lo hice...le pregunté a la señora Matilde del quinto  ¿He, a dónde va tan apurada? Era como un chiste para entrar en conversación, ¿vio? A la señora no le gustó, me miró feo y me gritó “que le importa pelotudo”.
E: - Bueno  no deberías meterte en la vida de la gente.
I: - Si debe ser así. Usted es abogado así que debe tener razón.
E: - La gente tiene sus preocupaciones;  tal vez anda mal y lo que menos espera es un pelot.. un portero que actúe como la Inquisición.
I: - No, pero yo no quiero hacer Incus…eso. Me da como lástima la gente que va apurada. Que no se detiene para a saludar, para sonreír, que se yo…como vivir más, ¿no?
E: - Yo ando apurado con frecuencia. ¿Y por eso me tenés lastima? Pero ¿quién te crees que sos? ¿Quién sos para juzgar así a la gente?
I: - No, nadie. No soy nadie. No se enoje, yo decía nomás. (Bebe)
E: - ¿No crees que ya tomaste demasiado?
I: - Seguro que no, porque todavía puedo oírlo doctor. (Sonríe)
(Se sienten ruidos lejanos de sirenas, y una explosión)
E: - ¿Será en este edificio? (va hasta la puerta grita y golpea)
I: - Tranquilo. Los bomberos van a venir. Y además tienen perros de esos ¿vio? que buscan gente.
E: - Buscan cadáveres.
I: - Si, también. Venga, descanse, mi abuelo decía que campo descansado da buena cosecha.
E: - ¡Que sabio tu abuelo! (irónico)
I: - ¿Vio? Y eso que lo único que hacía era trabajar un campito.  Se murió joven. Yo tenía como diez pero me acuerdo.
E: - ¿De qué murió?
I: - La verdad, nunca se supo. Lo encontré yo. Me acuerdo. Era de madrugada. El salía temprano, ¿vio? Estaba sentado en el tractor con los ojos perdidos en el horizonte. Tranquilo. Nunca lo vi tan tranquilo. Hacía frio. Él estaba frío. Muy frío. Lo llamé pero no me habló. (Se emociona) Estaba tranquilo.  Y yo lo quería. Era más un padre que un abuelo. Bueno, no tuve padre.  (Se le corta la voz)
E: - Bueno, no sos el único. El hijo de puta de mi viejo se rajó cuando yo era chico. Ni me acuerdo quién es. Bueno, mejor. A esta altura tendría que estar soportando a un viejo choto que te llena la cabeza de consejos. Tengo un amigo que le pasa eso. Putea todo el día.
I: - Bueno, pero a lo mejor tenía alguna razón para irse. Su padre, digo.
E: - A esta altura ni me interesa.
I: - Pero es importante tener… (Pausa) Bueno, no me haga caso. Uno se va haciendo viejo.  Piensa más en lo que hizo ayer. Y el pasado está lleno de fantasmas. ¿Vio? Mire, ¿quiere que le diga más?
E: - ¡No!
I: - Le digo más. El día más feliz de mi vida fue cuando nació mi hijo; pero después…todas, todas malas decisiones. Ya no se pueden cambiar, doctor. Esa es la cagada con el pasado.
E: - Ah, tiene un hijo el filósofo. (Irónico)
I: - No, yo no... Bueno, tenía. Yo…le quería decir…
E: -¡Basta! Qué, ¿me vas a dar consejos ahora? Guardátelos.
(Ruidos de muebles corriéndose y escombros cayendo)
E: - Parece que están cerca. Ojala nos escuchen. (Va a la puerta, golpea y grita)
I: - ¿Usted vivió sólo con su madre? Cuando su padre se fue, digo. ¿Todavía vive con ella?
E: - ¿Eh? Si, no. No sé a qué viene esto ahora. Parece que no entendés. ¿Ya te atacó el alemán? ¡Estamos encerrados! ¿O ya te olvidaste? ¡Estamos en-ce-rra-dos! ¡Y cómo vamos, con pocas posibilidades de salir!
I: - Si, ya sé que…
E: - ¡No! Parece que no sabés nada. ¡Cómo podés estar tan tranquilo!  ¡Podemos morir acá! Ahogados por el polvillo o por el humo; aplastados; o quedarnos sin aire. Y vos así, el tipo tranquilito como si estuviera tomando mates en el parque.
I: - Unos mates vendrían bien. ¿A usted le gustan amargos o dulces?
E: - No, si yo estoy cagado por un elefante. Terminar encerrado en este sótano de mierda con este viejo pelotudo. ¿Por qué carajo se me ocurre lavar la ropa hoy? ¡La concha de la lora! ¿Por qué mierda me tuve que venir a vivir a este edificio de mierda?
I: - Tranquilícese. No va a lograr nada poniéndose nervioso.
E: - No sé que me saca más: estar encerrado o que vos me quieras tranquilizar. Evidentemente no te da la cabeza para darte cuenta del problema. Bueno… portero, ¿qué se puede esperar?  Saben barrer y ya los contratan.
I: - No vaya a creer, yo tengo el primario.
E: - ¡Ah! Bueno, menos mal. (irónico)
I: - (murmurando y aparte) Esta medio estúpido este muchacho.
E: - ¡Acá el único estúpido es usted!
I: - Ah, me estaba escuchando.
E: - (señalando alrededor) Y si…es un país chico.
I: - No tenga miedo, ya todo va a terminar.
E: - No tengo miedo.
I: - Debería.
E: - ¿Qué?
I: - Digo que raro que una persona como usted, profesional y sabio, tenga miedo.
E: - Ya te dije que no tengo miedo
I: - Hace bien en tener miedo. Mire lo que son las cosas, a mí los miedos me gustan. ¿Vio que la gente se escapa de los miedos? Bueno, yo los uso.  Si, en serio. Bueno, lo que pasa es que me cansé de tener miedo.  Al final se trata de sobrevivir. ¿No? Vivir es difícil. Usted capaz que no lo sabe porque tuvo una buena vida.
E: - No vaya a creer. No es fácil crecer con media familia. Mi vieja laburó muchísimo. Mientras estudiaba la veía que no paraba y no paraba. Dos trabajos y no alcanzaba. Y cuando al fin me recibí y conseguí un laburo yo… Hubo un robo en casa, la encontraron muerta, acuchillada. No sé que le iban a robar a la pobre vieja.  (Ignacio se desploma y cae de rodillas) Eh, ¿qué te pasa? Debe ser el encierro.
I: - (Se recupera y balbucea) Si, sí, eso debe ser. (Pausa larga) Nada tiene sentido en la vida si todo termina con la muerte. ¿No le parece?
E: - ¿Le tenés miedo a la muerte?
I: - Antes sí. Cuando estaba vivo.
E: -¡Ahora estas muerto! Con razón el olor...
I: - Pero no crea, morir no es fácil. Hay que saber morir. (Pausa y sonríe) Ahora que lo pienso: saber morir cuesta la vida, (sonríe) Lo leí por ahí. (Ríe a carcajadas y Eduardo lo mira fastidiado) ¿Otra vez no lo entiende? Decía, saber morir…
E: - Basta, dejalo ahí.
I: - Es que la muerte es una porquería, al final te mata. (Carcajadas)
E: - (murmurando) ¡Dios mío! Qué pelotudo es este tipo.
I: - ¡Epa!
E: - Estaba escuchando.
I: - Y…es un país chico. (Pausa) Doctor, ¿usted cree en Dios?
(Se escuchan golpes cercanos desde el exterior)
E: - ¿A qué viene eso?
I: - Como dijo “Dios mío”…curiosidad.
E: - Creer por creer es una pelotudez. Hoy la gente cree en cualquier cosa y así le va.  Yo desconfío de todo. Es la única manera de sobrevivir.
I: - En algo hay que creer. Yo creo en Dios y creo en las casualidades. Mire donde vengo a conocerlo. (Bebe)
E: - No te ofendas pero, yo no tenía intenciones de conocerte, y menos en estas circunstancias.
I: - No si, lo entiendo.  Quien iba a querer conocer a un portero, ¿no? Aunque los porteros conocemos a todos. (Pausa larga) Pero todos creemos en algo más allá de la vida, ¿no? Aunque a veces cuando pasan cosas como estas uno piensa por qué Dios lo permite. O como el tipo ese que usted llama el loco del cuchillo…como es que Dios lo permite.
E: - Dios es un invento para tipos ignorantes. Cuando no saben algo, aparece dios. Son patéticos. ¡dios! ¿Me escuchaste? (mira hacia arriba)
I: - Acá estoy, acá sentado. (Sonríe)
E: - (Mira a Ignacio con fastidio y recita) “¿Está dispuesto Dios a prevenir la maldad pero no puede? Entonces no es omnipotente. ¿Puede hacerlo pero no está dispuesto? Entonces es malévolo. ¿Es capaz y además está dispuesto? Entonces de donde proviene la maldad. ¿No es capaz y tampoco está dispuesto? Entonces, ¿por qué llamarlo Dios?”
I: - Doctor, ¡Usted es un genio!
E: - Yo no, en todo caso Epicuro.  De la facultad…
I: - Igual no entendí mucho pero, ¡qué discurso! ¡Usted podría ser político!
E: - Lo que me faltaba. Seguro que el voto tuyo ya lo tengo.
I: - ¡Ni lo dude! Y de todo el sindicato de porteros.
(Se escuchan ladridos lejanos)
I: -¿Qué le dije? Andan con perros.
(Eduardo va hasta la puerta, golpea y grita)
E: - La puta madre. Hasta cuándo vamos a estar acá.
(Ignacio toma una revista vieja, le sacude el polvo y lee)
I: - “¿Cómo salir del encierro?”
E: - ¿Qué decís?
I: - Acá dice: “Cómo salir del encierro” (E. lo mira angustiado) “Para salir del encierro, salga a pasear por un parque, haga ejercicios, conozca gente, cómprese un perro…” Ah, lo del perro esta bueno, yo me acuerdo…
E: - Dejá de decir boludeces. Estamos por morir ahogados y vos leyendo pavadas.
I: - Bueno, hay que matar el tiempo. (Pausa) Hablando de matar…
E: - ¡Basta! Parece que disfrutaras de todo esto, ¿no?
I: - Bueno, bueno, no es para tanto. Piense que si salimos va a tener una buena experiencia para contarles a sus amigos.
E: - No tengo amigos.
I: - Ahora me va a decir también que tener amigos es una pérdida de tiempo, ¿no?
E: - Ya lo creo. Al final todos te cagan, están con vos por conveniencia pero cuando no te necesitan, chau.
I: - Bueno, en eso somos parecidos, ¿vio? Yo tampoco tengo amigos. Se me han ido muriendo todos. Por eso nadie me va a venir a buscar. (Pausa) ¿Y a usted quien lo vendría a buscar ahora?
E: - (Eduardo calla pensativo. Toma su celular e intenta comunicarse) La puta madre, todavía no hay señal.
I: - ¿A quién quiere llamar?
E: - ¿A vos qué te importa?
I: - Aunque no lo crea, me importa.  ¿Por qué quiere salir de acá? Si estamos bien. Aproveche la tranquilidad. Acá nadie lo molesta. ¿Se dio cuenta? Acá nada vale. Sólo la vida vale. Sólo la vida, doctor. Seguro que afuera usted tiene muchas cosas que valen mucho. ¿No? Pero acá todo eso no sirve para nada. Ni el teléfono le anda.
E: - Vos hablás porque no tenés donde caerte muerto.
I: - Ah, pero usted es más cerrado que culo de estatua.
E: - Callate de una vez.
I: - ¿No entiende lo que le digo? Mire, usted es muy joven para estar encerrado acá. Es muy joven para morir. Pero tómelo con calma, es como un aprendizaje. No todos tienen la oportunidad para aprender qué es lo valioso, lo importante. Y si no sale de acá, por lo menos muera con dignidad.
E: - ¿Vos sabés que no te escucho? ¡No te escucho! (Se tapa los oídos)
I: - Ah, porque no me escuche la puerta se va a abrir sola (irónico) ¿Qué tiene ahora? La vida. Ah, y la ropa sucia de los lunes (ríe). ¡Nada más! ¿Vio? Para respirar no hace falta nada más.
E: - ¡No te escucho!
I: - Nunca me escuchó. Los mensajes en la casilla de correo. O en el teléfono. Yo le avisaba. Le decía “disfrute de la vida, doctor”, “la vida es corta, doctor”.
E: - ¿Eras vos?
I: - Ah, ahora me escuchó.
E: - ¡Eras vos! ¡Qué hijo de puta! Sos una mierda. Primero pensé que era propaganda de un seguro de vida. Después me convencí que eran amenazas por algún caso. ¡Eras vos!
E: - Pero usted no me escuchó. Vivía comprando cosas: autos, buena vida, hasta abrazos. Pero, ¿sabe doctor? Hay cosas que no se compran. Yo le digo porque de eso sé un montón.  Por eso estamos solos.  Y mire como terminamos. ¡No lo puedo creer! ¡Qué justo el sísmico! Usted y yo encerrados juntos. (Pausa larga)
E: - ¡No vamos a salir más de acá!  ¡La puta madre! (Pasa del enojo al abatimiento) Terminar así. Yo quería otra cosa. Toda mi vida me la pasé corriendo, buscando. Quería que mi mamá, esté donde esté, se sintiera orgullosa de mí. Quería mostrarle que pude. Tenía sueños, ¿viste?, como todo el mundo, pero todo cuesta.  A veces, cuando estoy por dormir, cierro los ojos y la veo. Ella hacia algo con su sonrisa que me encantaba. Aunque te estuviera retando por alguna cagada siempre, en algún momento, se le escaba esa sonrisa. No era una risa, era un movimiento diminuto de los labios; se le formaban como dos huequitos…  Y cuando había ruidos y gritos, jugábamos a las escondidas, ella contaba y yo me escondía, me tapaba los oídos, pero igual… Al final, cuando volvía el silencio, siempre sentía su mano temblorosa que me rescataba de mi escondite y volvía a su abrazo. Su abrazo era… fantástico.  Una vez, él me encontró. Tuve unas marcas por varias semanas. Me daba vergüenza ir al cole. ¿Qué iban a decir los chicos? Que era un cagón, que me   escon-
día en vez de defenderla. Y un día los gritos desaparecieron. Una semana después cuando volví del cole; un lunes, la llamé, la busqué, y no me contestó. Era muy raro, porque siempre escuchaba su grito desde la cocina: “Lavate las manos, vamos a comer” y sentía ese olorcito rico. Pero ese día no me gritó. Estaba boca abajo en el piso de la cocina. A su alrededor, se había mezclado la salsa de la olla con su sangre.  Después no me acuerdo que pasó. Se me borró todo lo demás.
I: - (Aplaude estridentemente) ¡Bravo!  ¡Bravo!  (Irónico) ¡Usted sí que ha sufrido, doctor!
E: - ¿Por qué no te vas a la mierda? La concha de tu hermana.  ¡Qué pelotudo!
I: - ¡Epa! Qué vocabulario doctor, ¿eso lo aprendió también en la facultad?
E: - Resultaste una basura al final. No tenés respeto por nada.
I: - Ah, ¿quiere hablar de respeto? Bueno, hablemos de respeto. ¡Hablemos de respeto!
E; - ¡Ya no quiero hablar!
I: - ¡Pero yo sí!  Por qué no hablamos del respeto que tienen ustedes, los que se creen superiores. Ah. De eso no se habla ¿no? Si usted mismo hace un rato me trato de “portero”. Como si fuera un trabajo de mierda.  (Bebe de la petaca, se termina y la tira)
E: - Hay que ganarse el respeto. En vez de agarrar una botella hay que ponerse a trabajar, hacer algo útil. O mejor, porque no empezás por respetarte a vos mismo, forro.
I: ¿Ve lo que le digo? Todos ustedes se creen mejores.  ¿En su casa no le enseñaron el respeto?
E: - Si que me lo enseñaron. Pero después la vida te enseña a quien debes respetar y a quién no.
I: - Bueno, después de todo somos diferentes.
E: - ¡Ya lo creo! ¿Sabe qué? Sí, creo que soy mejor que vos. Yo me levanto todos los días a laburar. Laburar en serio. Sentarse en la puerta a mirar a los que pasan no es laburo. ¡Y encima te pagan!
I: - Ah; ¡porque el doctor trabaja para construir una sociedad mejor! (irónico) ¿Sabe como lo llaman a usted en el barrio? ¡El carancho! Yo primero no sabía por qué lo llamaban así hasta que pregunté. Me conto Pedro, el diariero del puesto de la esquina. ¿Vio? Usted se la pasa corriendo detrás de la miseria por la guita.  ¿Quiere que le diga más?
E: - ¡No!
I: - Le digo más doctor, me enteré que ese departamento donde vive se lo quitó a un tipo que tuvo un accidente.
E: - ¡Basta! No sabés lo que decis, borracho de mierda.
I: - Puede ser que yo sea un borracho, doctor, pero no soy un hijo de puta. Un solo error cometí en mi vida. Uno grande, que no me deja dormir. (Se acerca a Eduardo y éste lo aparta con un empujón)
E: - A veces un solo error te condena.  Se paga con la vida.
I: - (Había empezado a buscar entre los trastos del sótano; encuentra una botella; comienza a beber ansiosamente) La vida es una mierda. No te deja levantar cabeza. Nadie te da bola…ni siquiera para escupirte. Te echan de todos lados. Si todo el mundo chupa. ¡Ah! Pero claro…el champán con yuyi no es como el tetrabri. Pero todos chupan igual. Y se dan.  Pero a los perros nos echan de todos lados. (Se nota su estado de ebriedad) Nadie entiende. Y después que te queda, nada. Te quitan la familia, te quitan el techo, hasta la cama.  ¡A la calle borracho de mierda! Todos son una mierda. La vida es una bosta. ¿Y qué te queda? ¿He? ¿Qué queda? ¿Sabe qué queda doctor? ¡Nada! No, no doctor, quedan unas ganas de mandar todo a la mierda. ¡Ah! Pero sólo no, sólo no. Se vienen todos conmigo. (Ríe a carcajadas)
E: - ¿De qué carajo estás hablando? Dejá la botella. Dejala, te está comiendo el cerebro.
I: - Y usted ¿qué sabe?  ¿Ahora es médico también?
E: - ¡No tomés más! Si te hace mal…
I: - Usted no sabe nada, doctor. ¡Usted no sabe nada! (se acerca amenazante a Eduardo) ¿Qué va a saber? Si usted es una mierda como todos ellos.
E: - (empuja a Ignacio y éste cae como peso muerto) ¿Ves lo que te digo? Te hace mal. ¡Calmate! Quedate ahí.
I: - Si no pensaba ir a ningún lado… (Se levanta lentamente y va hacia los trastos) Usted no sabe nada. (Murmura) Usted no sabe, no sabe, no sabe una mierda, no sabe. (Mientras murmura busca en una caja de cartón; saca una bolsa)
E: - Mierda. ¡Mierda! (Va hacia la puerta y golpea desesperado, asustado) ¡Ayuda! ¡Ayúdenme por favor! ¡Sáquenme de acá! ¡Ayuda! Ayuda. (Va bajando la voz entre sollozos mientras se desliza hacia el suelo con la espalda sobre la puerta) Por favor. Por favor. Por Dios que termine esto. Que termine de una vez.
I: - (Saca de la bolsa un gran cuchillo, un haz de luz ilumina el cuchillo que debe reflejar en toda la sala. El público lo ve pero no Eduardo) ¿Sabe, doctor? Uno siempre tiene que terminar lo que empezó. No tenga miedo doctor, no tenga miedo. Ya va a terminar todo.
(Comienza a sonar el celular de Eduardo)
 (Ruidos de escombros cayendo - Apagón – Ruidos de golpes y de un cuerpo cayendo – se enciende una luz sobre Eduardo que está en el centro de la escena con el cuchillo ensangrentado en la mano)
E: - Ahora sí se terminó, papa. Ahora sí.

Música y apagón final















EL PAQUETE
Obra breve en siete escenas y un paquete

Personajes:
Camila
Federico
Flora
Margarita
Radovan
Aurelia
Escribano

La escenografía muestra una especie de living o sala de espera. Dos sillones de dos plazas a ambos lados y una pequeña mesa en el centro. Sobre la mesa, durante casi toda la obra,  habrá  un paquete de tamaño mediano envuelto en papel madera y atado con una cinta roja.
Entra el escribano, hombre de mediana edad, viste traje, lleva varias carpetas en una mano y debajo del brazo; en la otra mano un paquete mediano envuelto en papel madera y atado con una cinta roja. Se para en medio de la sala y comienza a ojear algunas de las carpetas. Para liberar su mano deja el paquete sobre la mesa del centro y grita hacia el foro:

Escribano: - ¡Ester! ¡Ester! ¿Dónde está la carpeta  con la copia del expediente de los Reuteman?

Luego, se retira con las carpetas olvidando el paquete sobre la mesa.

(Breve apagón)

Escena I
Camila y Federico han sido pareja durante 4 años y después de 3 años de separación se encuentran nuevamente para vender la casa que poseen en común. Camila (35 años) viste ropa de gimnasia y se muestra dinámica e histriónica. Federico es dos años mayor, oficinista, viste traje común un poco desaliñado. Federico está sentado en un sillón y Camila camina nerviosamente por el salón.

C: - Al final resultaste una porquería.
F: - Un espejo. ¿No seré un espejo donde te mirás?
C: - Un pobre tipo.
F: - Yo también te quiero (irónico)
C: - ¡Y encima me boludeás!
F: - Mirá, lo que te hace falta a vos es que te digan de una vez las cosas de frente. Sos una controladora, una manipuladora, y encima tenés complejo de salvadora. Ante el mundo aparecés como la que quiere siempre arreglar todo. Pero yo te conozco. Sos una psicópata.
C: - Ah, ahora yo soy la controladora. ¿Te olvidas por qué te fuiste? ¿Te faltaba romanticismo?
F: - Bueno, bueno, no me tires de la lengua. Si un clavo oxidado es más romántico que vos. Al principio me mostraste otra cosa.
C: - Ahora recuerdo, el señor decía que le faltaban el respeto.
F: - ¿Desde cuándo es un delito pedir respeto? Pero claro, si yo soy un cero a la izquierda a vos te conviene. Necesitás algo para controlar.
C: - Yo quería hijos. Vos no. Ahora tenés dos con ésa.
F: - ¡Afloja! Se dio así. Es la vida…
C: - Uh, la vida, la vida… ¿Por qué será que todos los cagones le echan siempre la culpa a la vida?
F: - Pensá lo que quieras. En esa época no tenía sentido pensar en los hijos. La situación… (Se queda como extasiado con la mirada perdida)
C: - ¿Una no tiene derecho a esperar algo aunque no tenga sentido? ¿Aunque sea una vez? ¡Eh! ¿Me escuchas? (pasa la palma de su mano delante de los ojos de Federico) Acá estoy.
F: - Me quedé pensando.
C: - ¿Vos pensando? No me hagas reír. (Ríe con sarcasmo)
F: -Vi un documental el otro día. Estaban limpiando un pájaro que estaba cubierto de petróleo. Ves, ahora que lo pienso, yo era como ese pájaro empetrolado, condenado a arrastrarme para siempre hasta morir. En vez de eso elegí sacarme de encima el barro tóxico y volar. La sensación es magnífica. Te la recomiendo. ¿Por qué no te desintoxicas de una vez de tus rencores y mirás para adelante?
C: - Ya salís con frases de terapeuta, Te lavaron la cabeza en el diván. Vivís en una nube de pedos.
F: - (irónico) Siempre tan metafórica vos. (Pausa) Pero contame, como te va con la vida.
C: - La vida y yo estamos peleados irreconciliadamente. ¡Y dale con la vida! No es la vida, a ver si te entra en la cabeza de una vez. Somos nosotros, no la vida. (Con tono burlón) Nosotros decidimos qué nos pasa y cómo nos pasa.
F: - A veces no se puede elegir. Hacés lo mejor que podés pero la vid… bueno, el mundo te lleva por delante. Somos como esos insectos que quedan pegados al radiador. (Ella lo mira confusa) Ah, cierto que vos no manejas.
C: - Decime, si no hubiera sido por la venta de la casa vos no venías. ¿No?
F: - No sé. Igual tenía curiosidad. Saber cómo estabas. Qué hacías.
C: - (Con fastidio camina mirando su reloj) ¿A qué hora dijiste que llega el escribano?
F: - Ya que tenemos que esperar. ¿Por qué no jugamos a las cinco preguntas? Te acordás de los días de lluvia?
C: - ¡Para juegos estamos!
F: - Dale. ¿Qué te cuesta? Bueno, arranco yo. A ver… ¿cuál es el recuerdo más lindo que tenés de nosotros?
C: - No sé, me cuesta encontrar uno. Ya te dije que no estoy para juegos.
F: - Lo que pasa es lo que pasó siempre. Tenés miedo de lo que no podes manejar. Dale, corre un riesgo para variar.
C: - Vos también tenés miedo. Nunca pudiste manejar la soledad. Por eso corriste enseguida a buscar un refugio por ahí, entre las dos piernas que se te abrieron primero.
F: - Puede ser. Supongo que tenés razón. Necesitaba abrazos. ¿Cuándo fue la última vez que nos abrazamos? (pausa) No sabés cómo necesitaba un abrazo tuyo. Pero espontáneo, así, sin razón, sin excusa, sólo un abrazo de esos que te dejan sin aliento.
C: - Siempre pensé que no te gustaba. ¿Por qué no me dijiste? A lo mejor…
F: - Te toca a vos.
C: - ¿Qué?
F: - La pregunta. El juego, dale.
C: - (mira el paquete que esta sobre la mesa) ¡Me trajiste un regalo! ¿Es para mí?

(Apagón)


Escena II
Flora y Margarita son dos hermanas sexagenarias que esperan ansiosas que un profesional les haga conocer el testamento de su padre recientemente fallecido. Flora viste elegantemente denotando un buen pasar económico, es algo neurótica, poco inteligente y habla afectadamente para mostrar su alto status social. Margarita viste de manera modesta, es sensible pero más suspicaz.
Están sentadas en ambos extremos del sillón y se acaban de encontrar después de mucho tiempo.

F: - Hace… ¿Cuánto hace? ¿Cómo diez años?
M: - nueve años y tres meses.
F: - ¡Increíble! Cómo pasa el tiempo. Estás igual.
M: - No puedo decir lo mismo de vos. (Pausa, Flora la mira ofuscada) ¡Para bien! (Margarita pasa la mano sobre el pelo de Flora y esta reacciona apartándola) ¿Qué color es este? ¡Hermoso! Te hace más joven.
F: - Gracias. No debe ser para tanto. El tiempo es cruel, Marga. Mi analista me lo dice siempre.
M: - ¿Qué te dice?
F: - Eso, “el tiempo es cruel, Flora, el tiempo es cruel”
M: - Simpático tu analista.
F: - Y…si. Es un ser de luz, un ángel. Gracias a él superé la depresión. Viste que quede viuda.
M: - Pero ya hace como quince años.
F: - Ah, sí. Pero el Romualdo era insustituible. ¿Viste? Romántico, servicial, sobre todo servicial.
M: - (murmurando) Si ya lo creo, te servía seguido yegua.
F: - ¿Cómo?
M: - Digo que lo debes extrañar mucho.
F: - Bueno, no tanto. Ahora estoy con Héctor.
M: - ¿No será Héctor el plomero?
F: - Efectivamente mi querida.
M: - Pero tiene como veinte años menos que vos...
F: - Ah...Pero es un amor. Y tan fuerte. Viste que los plomeros son así, medios rudos, hasta brutos. Pero Héctor no, es muy dulce. ¡Y es tan servicial!
M: - Mirá vos el Héctor. ¿Y tiene algún problema de vista?
F: - ¿Por qué lo decis?
M: - No, por nada. Entonces, el Héctor te sacó de la depresión.
F: - No, no. Ese fue el analista. El siempre me decía.
M: - ¿Qué te decía?
F: - Me decía: “Flora, tenés que salir de la depresión” Y tenía razón. Ah, y tenía una frase: “Flora, un clavo saca otro clavo” me decía. ¿Ves? Eso yo nunca lo entendí... Pensé: se debe referir a un carpintero., por los clavos.  Pero bueno, el destino quiso que cambiara de rubro. (Ríe)  Héctor no anda con clavos. Ah, no, él es hombre de sopapa.  Pero contame, ¿vos seguís solterita?
M: - Mejor sola… (Pausa) Sí solita y sin compromiso.
F: - Ay, querida. A vos se te escapó el tren hace rato.  Porque a tu edad ya no sé si…
M: - Si vos me llevas dos años. Y te dije que mejor sola. Además tengo a Catalina.
F: - ¡Te hiciste lesbiana!
M: - No.
F: - A tu edad, ¿te parece cambiar así? ¿Cómo se te dio?
M: - Te digo que no. Catalina es mi perrita. Somos inseparables. Hoy no la pude traer porque viste que en estos lugares…
F: - (observa el paquete que esta sobre la mesa del centro) ¿Y este paquete? ¿Es tuyo?
M: - No, ni idea. Debe ser del abogado o de la secretaria.
F: - ¿No serán los papales de la herencia que mandaron de la estancia? Seguro que son. ¿Y si lo abrimos?

(Apagón)


Escena III
Radovan es un profesor de 70 años, usa anteojos de marco grueso y barba; habla con dificultad el castellano y con acento europeo; se mueve ayudado por un bastón. Es el padre de uno de los socios del estudio. Está esperando desde hace mucho tiempo que su sobrina le traiga unos libros muy valiosos
Aurelia es una mujer de 38 años, abogada, viste ropa formal con una cartera de donde se asoman algunas carpetas; espera para ser entrevistada por una vacante en el estudio de abogados.
Aurelia está sentada en uno de los sillones. Se la nota muy nerviosa, mira su reloj reiteradamente. Entra Radovan gritando, lo que sobresalta a Aurelia.

R: - No, no, no. Ustedes no entienden nada. ¡Svi su ludi! Los jóvenes han perdido todos los valores. To su banditi. Ne zanima ih sve. (La ve a Aurelia y se sorprende) Buen día, jovencita. (Se sienta en el otro extremo del sillón)
A: - Buen día.
(Pausa, ambos miran alrededor evitando la mirada del otro y como eludiendo la conversación)
R: - (detiene su mirada en Aurelia, la mira fijamente incomodándola, limpia sus anteojos y la vuelve a mirar) Tu debes ser Analía. ¿No es así?
A: - No. (Nerviosa mueve sus piernas incesantemente)
R: - Si. No hay duda. Eres Analía. (La sigue mirando detenidamente)
A: - No, no. Aurelia me llamo. Aurelia Schnitzler.
R: - Schnitzler. Schnitzler. No me suena. Pero no hay duda que eres Analía.
A: - (un poco ofuscada) ¡Aurelia me llamo! Au-re-lia.
R: - (Señala el paquete que está en la mesa del centro) Veo que me has traído lo que te he solicitado. Gracias Analía. Muchas gracias.
A: - (desconcertada) No, yo no…
R: - Desde ya te lo agradezco. No sabes lo que significan para mí. ¡Cómo los extrañaba! Supongo que están en perfectas condiciones. ¿No es así?
A: - Si, no sé, supongo. (Mira hacia todos lados intentando desentenderse de la conversación)
R: - Cuando te mandé la carta para que vinieras y los trajeras…Te voy a ser sincero, no tenía muchas esperanzas. Pero aquí estas y todas mis dudas ya se han disipado. (Sonríe satisfecho)
A: - Mire, no sé quién es usted. Yo vine por la entrevista. Por el puesto de secretaria. ¿Usted trabaja en el estudio?
R: - ¡Que placentera sorpresa que hayas podido venir! Que linda Analía (La mira detenidamente otra vez) Casi ni te reconozco. Estas bastante cambiada. Pero estas aquí. (Quiere tomarla de las manos y ella las aparta) ¿Te ha dado mucho trabajo encontrarlos entre las cosas de tu madre? Yo se los había pedido hace años. Luego ella…bueno, seguro nos está mirando en este momento y estará satisfecha.
A: - Usted está muy confundido. Yo vine por la entrevista. Mi madre me está esperando en casa y no sé qué es lo que se supone que debería haberle traído. (Pausa, Aurelia mira su reloj nuevamente) ¿No sabe si tardarán mucho en hacerme pasar? Le confieso que no estaba así de nerviosa desde que rendí mi última materia.
R: - (se levanta, va hasta el paquete, lo acaricia) ¿Lo has armado tu? Si parece un regalo. (Piensa) ¡Cuánto hace que no recibo un regalo!
A: - (perdiendo la compostura) Ya le dije, ¡no se de que me está hablando!
R: - Supongo que no ha de ser sencillo para ti. Lo entiendo. Tener que buscarlos entre las cosas que te recuerdan a la muerte. Más para ti que pareces estar llena de vida. Te miro y no lo puedo creer. Cómo has crecido, como has cambiado. Pareces otra.
A: - Evidentemente soy otra. (Con ironía)
R: - Y por eso te lo agradezco tanto. Sobre todo que hayas tenido compasión de este viejo. (Se levanta entusiasmado) Ahora debo hallar un lugar seguro para guardarlos. Son muy valiosos para mí y seguramente lo serán algún día para el mundo. (Acaricia nuevamente el paquete) ¡Pero que lindo paquete has hecho!

(Apagón) 



Escena IV
Federico está parado apoyado en el respaldo de uno de los sillones y Camila sentada. Federico se ha quitado el saco, tiene la corbata a un lado.

F: - ¿La verdad? La verdad ya la conoces. Sólo te hace falta valor para aceptarla.
C: - Pero, ¿cuál es la verdad? ¿La tuya? Te recuerdo que pocas veces me dijiste la verdad. Por ejemplo lo que pensabas de mí realmente. ¿Por qué no hablamos antes?  ¿Por qué no nos dijimos esto cuando todavía había amor? Habría sido más fácil.
F: - No sé, yo no sé. Y vos, ¿por qué no me dijiste lo que te molestaba? Preferías callarte, cambiar de tema, volver a lo cotidiano. Nunca había tiempo para hablar de las cosas importantes, que se yo, de los sueños, los proyectos. Andabas de curso en curso, que el gimnasio, que tus clases, tu trabajo…
C: - Bueno, pero vos tampoco estabas. Todavía no entiendo por qué decíamos que estábamos juntos. ¿Te acordás, cuando nos preguntaban? Los momentos compartidos eran migajas. Y después estaban las discusiones. Los pequeños ratos siempre terminaban en discusiones. ¿O no te acordás?
F: - Si. Me acuerdo. Discutíamos casi todos los días. En ese momento me parecía horrible (pausa) Pero si me preguntas ahora, te diría que esos fueron los días más felices de mi vida.
C: - (lo mira confundida) No me digas que no estás bien ahora.  Se te ve bien. (Lo mira detenidamente y Federico agacha la cabeza, agobiado) Mirá no me hagas el cuento otra vez.
F: - (melancólico) No es cuento, Cami. ¿Qué te decía yo siempre? Cuando estoy con vos “aparece la mejor versión de mi” (el texto entre comillas lo dicen ambos al unísono)
C: - Si, me lo decías. Pero te fuiste igual.
F: - Me echaste. ¿Te olvidas?
C: - Pero me la hiciste muy fácil. Ninguna resistencia. Te fuiste así nomás. Sin decir nada.
F: - Camila, ¡me echaste! (levanta la voz y la increpa)
C: - Pero vos no hiciste nada. Ese día sólo me miraste y te fuiste. Me acuerdo bien. Al menos me hubieras dicho algo, qué sentías.  Cómo si hubieras estado esperando que yo le ponga el fin a todo. No te hiciste cargo ni siquiera de eso.
F: - ¿De qué?
C: - De eso, de la separación.
F: - ¿Por qué me tengo que hacer cargo de lo que no quería? Ese día yo pensé que era una discusión más, producto del aburrimiento o del cansancio. Nunca esperé que me gritaras así y que me echaras.
C: - Nada cambió parece. Cómo te gusta ponerte en el papel de víctima. En todo caso somos los dos víctimas de nuestros propios errores. No hay que culpar a nadie más. Hay que aceptarlo. Tendrías que aceptarlo. ¿Cómo se te ocurre ahora traerme un regalo?  (Señala el paquete que está sobre la mesa central)
F: - Yo, no. No sé. Pero si lo hubiera traído, ¿cuál es el problema? Si yo te quiero. Con diferencias y discusiones, igual te quiero. Mira, si pudiera volver el tiempo atrás y aún sabiendo lo que iba a pasar después, te hubiera elegido otra vez.
C: - (irónica) ¡Volvemos a las frases hechas que no dicen nada!
F: - No Cami, de verdad. Cuando te vi esa vez… (Se va acercando a Camila hasta poner su cara frente a la de ella) Hoy estoy seguro que habría sido imposible apartarme de esos ojos tuyos.  Lo recuerdo como si hubiera sucedido hace un minuto. Y encima, después, para rematarla, apareció tu sonrisa. El mundo desapareció, te juro. (Se aparta de Camila y le da la espalda) Ese recuerdo me mantuvo vivo todos estos años. Pueden ser frases hechas. No me importa. 
C: - Ya es tarde Federico, ya pasó. Soltalo. Ya fue.
F: - Si, ya sé, ya sé. Soy un pelotudo. Pero tenía que sacarme esto de encima. Decírtelo. Me estaba ahogando. Prefiero ahogarme en tristeza.
C: - Cuando te vayas, llevate el regalo. Dejemos las cosas así.

(Apagón)


Escena V
Flora y Margarita están fundidas en un abrazo. Margarita está llorando.

F: - Bueno, bueno (aparta a Margarita) Ya, ya. (Se alisa el vestido) Mirá, me arrugaste el vestido. (Pasa su mano por su hombro con expresión de asco) Y me mojaste con tus lágrimas de cocodrilo. No sabés lo que me costó este vestido.
M: _ No me puedo sacar de la cabeza la última imagen de papá. (Llorisqueando)  Esa tarde me dijo: “Marga, ya pedí que me trajeran todos los papeles de la estancia”. Como si hubiera sabido.
F: - ¿Cuántas hectáreas eran?
M: - ¿Qué?
F: - El campo. ¿Cuántas eran?
M: - No sé Flora, no sé. Vos siempre desubicada. Papa decía siempre que eras más desubicada que inodoro en el pasillo. Me hacía reír.
F: - El viejo no me quería. ¿Te conté cuando me echó de la casa?
M: - Como cincuenta veces. Pero vos lo volvías loco con tus caprichos. (La imita burlándose) “Papá quiero esto, papá comprame aquello” La verdad eras insoportable. Bueno, (con ironía)¿eras?
F: - ¡Vos lo mataste!
M: - ¿Estás loca? ¿Qué decís?
F: - Digo que si lo hubieras cuidado mejor…
M: - ¡Ah, no! (muy ofuscada) Lo llevé a vivir conmigo porque vos no “tenías lugar” (el texto entre comillas lo dice con ironía) Aparecías a verlo cada muerte de obispo. ¡Y encima me reprochás que no lo cuidaba! Vos no tenés cara, tenés una muralla de piedra debajo de la peluca.
F: - Bueno, no es para ponerse así. (Pausa) Además no uso peluca, es mi pelo. (Pausa) Me imagino que nos habrá dejado todo a nosotras. ¿No? Lo único que faltaría es que aparezca un hermanito no reconocido y nos saque parte de la herencia. No sería raro porque el viejo era recontrapicaflor. ¡No se le escapaba una!
M:- Está muerto, Flora. ¡Esta muerto! Podrías tener un poco más de respeto. ¡Sos increíble!
F: - Mirá, no me hagas hablar. Vos te olvidaste de todo. ¿No te acordás como te manoseaba el viejo? ¿Y cuando cumpliste quince? Conmigo no se atrevió nunca.
M: - ¡Basta! Basta. (Se sienta abatida en el sillón)
F: - (mira el paquete y lo toma y lo sacude suavemente) ¿Estará también el testamento acá? Viste que al viejo le encantaba escribir todo. A lo mejor está acá. Espero que el abogado llegue de una vez.  ¡Ay! Estoy reansiosa. Me mato si no nos dejó nada.
M: - No cambiaste vos. Nunca te gustó perder.
F: - ¿Te acordás cuando corríamos para ver quien se metía antes en la cucha del perro? Siempre te ganaba, menos una vez.
M: - Como para olvidarme…cuando salí me estabas esperando con un martillo. (Se toca la cabeza) Todavía tengo el hueco.
F: - Tenemos que pensar que vamos a hacer con el campo.  Me imaginó que lo vamos a vender. A mí me vendría bien la plata.  Con Héctor estamos pensando en irnos a la Polinesia. ¿Conoces la Polinesia?
M: - (mirando al piso sacude la cabeza)  No cambias nunca.
F: - ¿Te imaginas el Héctor y yo en la playa? El sol, las palmeras.
M: - Baja de la palmera, Flora. Héctor te va a largar apenas tenga la plata.
F: - ¡Vos hablas de envidiosa! No tenés a nadie. ¡Ah! Sí, la perrita Carolina.
M: - ¡Catalina!
F: - ¡No veo la hora que llegue el abogado y abra el paquete!
(Apagón)


Escena VI
Aurelia está sentada en un extremo del sillón. Habla por su teléfono.

A: - No, mamá, no. Te digo que no. Fijate en el modular del living. Yo no lo tengo. (Pausa)  Bueno, bueno. Te dejo porque en cualquier momento me llaman para la entrevista. Sí, bueno (con cara de fastidio) Si, si. (pausa) Descansa un poco (pausa)  Si, yo te llamo. Quedate tranquila. Chau.  Sí, sí, chau (pausa) Bueno, adiós, adiós.
Entra Radovan con una taza de café en una mano, un diario en la otra y se sienta en el otro extremo del sillón.
R: - (a Aurelia mostrando el café) ¿Quiere uno?
A: - No, gracias.
R: - ¿Con quien hablaba?
A: - ¿Y a usted que le…? (se para bruscamente, intenta alejarse, pero se detiene) ¿Quién es usted?
¿Por qué me pregunta?
R: - Disculpe mi insolencia. No me presenté. (Se para y hace una reverencia) Me llamo Radovan Kasilari.
A: - Ah, usted es de acá, del estudio. ¿Qué es de Rubén Kasilari?
R: - (Despectivamente) ¡Pariente lejano! (pausa) Es mi hijo. Pero que el mundo se entere, no me hago responsable de lo que haga ese bandido.
A: - ¿Por qué lo dice? (interesada vuelve a sentarse)
R: - Ah, Analía, ¡Usted es tan ingenua!
A: - ¡Aurelia! (hace un gesto despectivo con la mano) No importa, Déjelo.(pausa) Pero, ¿por qué dice que Rubén Kasilari es un bandido?
R: - Ah, no Analía, era un decir. Era un giro cariñoso.
A: - Ah... (Aliviada)
R: - (parándose y caminando con dificultad) ¡Porque en realidad es un ladrón, un sinvergüenza, un mafioso, engreído, maleducado, nezahvalni!  Bueno, para que molestarla a usted con estas divagaciones tan sutiles.
A: - ¿Sutiles? (sonríe nerviosa) Considero que son acusaciones serias.
R: - No me haga caso, Analía. Este viejo esta caduco. (Vuelve a sentarse) No sabe lo que dice.  En mi país se dice “Iver ne pada daleko od klade”. ¡Pero no siempre es cierto! (observando la cara de confusión de Aurelia) Oh, mi querida perdona, que descortés. A ver, como se diría en español; “la astilla no cae lejos del tronco”. Se supone que los hijos siguen enseñanzas de los padres. Pero este hijo mío, no aprendió nada de mí.  Yo mal padre, mal maestro.
A: - (mirando su reloj) ¡Cuánto que se tarda esto! ¿Habré visto bien el horario de la cita?
R: - ¿Usted tiene una cita? Y yo entreteniéndola con estos disparates. Perdone Analía.
A: - Ya le dije, vengo por el puesto de secretaria.
R: - Ah, secretaria.  Seguro que ya la van a echar a Ester. Acá duran poco las secretarias.
A: - No entiendo. Me van a entrevistar para un puesto que ya está ocupado,
R: - No, no tranquila Analía
A: - Aurelia.
R: - Tranquila. No me olvido que usted me trajo el paquete. No olvido. Usted va a ser próxima secretaria. No dude. Igual, después de un tiempo va a querer irse. Si es honesta, va a querer irse. (Se levanta y comienza a salir, se vuelve hacia Aurelia) Haga caso de este viejo, tenga cuidado. Ah, y gracias por el paquete que me trajo, me devolvió la esperanza. (Sale)

(Apagón)


Escena Final

Nuevamente entra el escribano con las carpetas. Sólo una luz sobre él. Grita hacia el foro:
Escribano: - ¡Ester! ¡Ester! ¿No sabés que hice con el paquete que traía? (Encuentra el paquete sobre la mesa y se muestra aliviado) Ah… ¡Menos mal! Creí que se había perdido. Lo único que me falta hoy es perder este paquete. (Deja las carpetas y comienza a abrir el paquete mientras todos los demás personajes salen lentamente de las sombras y se acercan ansiosos para ver que contiene el paquete. Tras un momento de tensión expectante, el escribano saca del paquete una medialuna y comienza a comer. Se da cuenta de la presencia de todos los personajes, se incomoda y señalándolos con el pedazo de medialuna habla mientras mastica:
Escribano: - ¿Quieren una?

Apagón final